16 Jan 2019

Somos instrumentos de la cura de Dios en la vida del prójimo

El primero paso para la cura es ir al encuentro de la enfermedad, y no importa cuales sean ellas

“Jesús se acercó y, tomándola de la mano, la levantó. Se le quitó la fiebre y se puso a atenderlos” (Mc 1, 31).

Nosotros estamos contemplando, hoy, en el Evangelio, la gracia de la cura de la suegra de Pedro. ¡Que gracia maravillosa es aquella que Jesús realiza!

Jesús va al encuentro de aquella mujer, porque, el primer paso para la cura es ir al encuentro de la enfermedad. Y no importa cuales sean ellas, porque Dios quiere ir al encuentro de nuestras enfermedades, entonces, las presentamos a Él, y permitamos que Él venga a nuestro encuentro.

Pero es necesario, también, ir al encuentro de la enfermedad y del sufrimiento del otro; hacernos presentes, así como Jesús se hizo presente lo que aquella mujer estaba sufriendo. Jesús la cogió por la mano, y coger por la mano significa coger el propio corazón, eso es, cuidar de la persona.

Nosotros necesitamos coger en las manos unos del otro, pero para comunicar la gracia; porque manos que se tocan son gracias que se comunican, son vidas que se mezclan. Cuando Jesús cogió en la mano de la suegra de Pedro, Él estaba comunicando la gracia del amor, de la acogida, de la ternura y, es por supuesto, la gracia de la cura divina. Y, nosotros, necesitamos comunicar esta gracia unos a otros; nosotros necesitamos extender las manos a muchas personas que necesitan de nuestras manos extendidas con afecto, con ternura y con amor. Porque, nosotros somos instrumentos de la cura de Dios, en la vida de muchas personas que Él puso a nuestro lado.

Jesús levanto aquella mujer para mostrarnos que solo vencemos el mal cuando nos levantamos, porque nosotros no podemos quedar postrados. Sé que existen enfermedades que exigen reposo; pero el reposo es una cosa, mientras que, la postración es otra.

Enfermo que esta en el hospital o que esta en casa recuperándose, tratándose, fortaleciendo su enfermedad, él puede incluso ver su cuerpo postrado en la cama, pero jamás su espíritu. Porque la gracia de Dios levanta todo espíritu abatido, toda alma desolada; la gracia de Dios nos quiere con el espíritu en pie, levantado.

Cuando dejamos que la gracia de Dios ocurre en nuestro medio, desaparece la “fiebre”, de la misma forma como desapareció la fiebre de aquella mujer; y ella comenzó a servirlo, a servilo de corazón. La gracia de Dios nos liberta de toda fiebre, de toda y cualquier acción del mal, para que nosotros posamos servir.

Si yo no estoy sirviendo es porque estoy mal, aún que no perciba, porque alguien solo esta bien cuando esta sirviendo a los demás. Si no estoy sirviendo, es porque estoy cerrado en mí, en mí egoísmo; cerrado en mí vida y solo pensando en mí. Cuando despierto para el servicio, es decir, para servir el próximo, servir a Dios, servir a la humanidad, es porque la gracia de Dios llego en mí y me levanto.

Levantemos de toda y cualquier postración para servir, para trabajar, para construir el Reino de Dios.

¡Dios te bendiga!

Pai das Misericórdias

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