En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Sed misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso. No juzguéis y no seréis juzgados. No condenéis y no seréis condenados. Perdonad y seréis perdonados” (Lucas 6,36-38).

Examinar la conciencia

La regla es: lo que queráis que los demás os hagan, hacédselo vosotros a ellos.

Recientemente, hemos escuchado esta palabra a lo largo de la Cuaresma. ¿Cuántas veces exigimos y no hacemos? Entonces, hermanos y hermanas, es una regla simple, pero, al mismo tiempo, es compleja, porque no siempre logramos percibir nuestras propias faltas. ¿Cuántas veces no las percibimos? A veces, es el otro quien las percibe. Y no queremos escuchar cuando la persona dice: “Mira, podrías ser mejor en esto, en esto, en esto…”. Entonces, tengamos la humildad de escuchar, tengamos la humildad de intentar percibir en nosotros aquello que no vemos, pero que quien está con nosotros percibe y dice. Tengamos la humildad de detenernos, reflexionar y ver que, de hecho, parece que sí es así.

No estoy diciendo que tengan que inventar cosas que no existen. Pero, a veces, tienen que caer las escamas de nuestros ojos para ver las realidades sobre nosotros mismos. Con la gracia de Dios es posible.

Es tan posible, que Jesús se dirigió a los discípulos, en este día, para hablar sobre esta realidad. Entonces, hermanos y hermanas, en este día, procuremos observarnos. Obsérvense en el día de hoy. Veamos si aquello que exigimos de los demás lo hacemos nosotros mismos.

Esto nos exigirá un examen de conciencia más profundo.

Tal vez necesiten, en el día de hoy, detenerse un poco en la capilla, en alguna capilla del Santísimo, o en su habitación, hacer un momento de reflexión, detenerse y pensar.

¿Lo que exijo de los demás, lo vivo de hecho? E incluso si lo vivo, ¿eso me da el derecho de estar exigiendo a las personas con faltas? Debemos hacer, en el día de hoy, un examen de conciencia bien hecho para que veamos la relación con Dios, nuestra relación con el prójimo y, claro, con nosotros mismos.

Hoy, la invitación es a que, a partir del Evangelio, a partir de las directrices de lo alto, veamos cómo está nuestra relación con el prójimo.

¿Será que lo que he exigido de bueno, yo mismo lo hago para el otro?

Que el Señor les conceda la gracia de percibir esto en este día.

Sobre todos ustedes, venga la bendición del Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.

¡Amén!