20 Nov 2018

Permitamos que la salvación de Jesús entre en nuestra casa

Necesitamos dejar que Jesús, hoy, entre en nuestra casa, en nuestra vida y en nuestra familia para iluminar situaciones que necesitan de luz

“Porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido” (Lucas 19, 10).

Ojo para el Zaqueo, ese hombre de baja estatura, pero de buena situación de vida: publicano, cobrador de impuestos, rico y con mucho dinero. Pero, quien se pierde en medio a los placeres y al dinero que tiene no consigue ver la vida como ella necesita ser vista.

Zaqueo se dio cuenta que él estaba fuera de la gracia y de la vida, por este motivo, de cualquier forma él quería ver Jesús. Mira el esfuerzo que ese hombre hace cuando sube en el árbol para verlo.

Antes que Zaqueo quisiera ver a Jesús, Él ya había visto el corazón de ese hombre hace mucho tiempo. Por eso, que así que lo dice: “¡Bajando de esta árbol! Porque, hoy, yo quiero estar en su casa”. La respuesta de Jesús a Zaqueo es la respuesta de Él a cada uno de nosotros. Él nos ve incluso que nosotros no vemos y, más aún, Él quiere estar en nuestra casa, en nuestra vida, en nuestro trabajo.

Dos cosas pueden ocurrir: creernos muy santos, mucho de Dios y de la Iglesia; creemos que Él ya esta con nosotros y, de hecho, no damos espacio para que Él venga. Por otro lado, podemos encontrarnos muy pecadores y pensar: “Jesús no vendrá en la casa de un pecador”. Los dos pecadores necesitan de Jesús: el pecador que se cree muy santo y el pecador que entiende que es muy pecador, además, pero ambos tienen que libertarse del pecado. ¡Es decir, yo y tú necesitamos ver Jesús!

Necesitamos dejar que Jesús, hoy, entre en nuestra casa, en nuestra vida y en nuestra familia. Para, así, iluminar situaciones que necesitan de luz, para iluminar nuestra vida con la gracia que, muchas veces, no conseguimos ver.

Hoy, el Señor quiere estar con nosotros, necesitamos acogerlo. No basta decir: “Jesús ya es de mi casa, es muy bienvenida”. Es necesario parar delante de Él; es necesario escucharlo pero, especialmente, rasgar nuestro corazón.

No fue solo Zaqueo quien acogió Jesús, otros pecadores, también, lo acogieron, pero Zaqueo fue diferente, él rasgó su corazón.

Cuando Jesús fue en la casa de Simón, este le acogió con una soberbia sin igual. La misericordia no entró en su corazón. Ya, Zaqueo, desprendió y rasgó su corazón para Jesús. Entonces Él dijo: “La salvación, hoy, entró en esta casa, la salvación entro en este corazón”.

Cuando acogemos Jesús, cuando rasgamos nuestro corazón y nos ponemos, humildemente, en la presencia de Él, la salvación entra en nuestra vida, en nuestra casa y en nuestro medio.

¡Dios te bendiga!

Pai das Misericórdias

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