“Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes” (Jn 13, 14-15).
Entramos en el misterio de la Pascua de Nuestro Señor Jesucristo. La Pascua es la celebración del amor de Dios por nosotros, es el amor de Dios encarnado que se manifiesta en la Pasión de Su Hijo. La Pasión de Jesús nos salva y nos rescata; y Jesús comienza Su Pascua celebrando la Eucaristía con Sus discípulos. Él mismo se da en alimento, Él se convierte el alimento. La Eucaristía es el propio Señor que se da a nosotros. Lo que Jesús hace, Él también enseña lo que nosotros debemos hacer. Si Él se dio a nosotros, también debemos darnos unos a los otros.
La Eucaristía no es el misterio de la introspección, por el contrario, la Eucaristía nos arranca de nosotros para llevarnos a los demás, la Eucaristía nos hace entrar en el amor que Dios tiene por nosotros, y nosotros somos profundamente amados por Él, pero la Eucaristía tiene que llevarnos a amar unos a los otros. Por eso, nadie puede celebrar verdaderamente la presencia real de Jesús en el misterio eucarístico, si no celebra la presencia de Jesús en los hermanos.
Es un trabajo de esclavo lavar los pies; y el Maestro mostro que servir es convertirse, de hecho, siervo del otro
La celebración de la Eucaristía comienza en el suelo con Jesús lavando los pies de Sus discípulos. “Lo que yo hacer a vos, vos también debes hacer unos a los otros”. Debemos lavar los pies de nuestros hermanos.
Cada vez que salgo de la celebración de la Eucaristía tengo que salir cada vez más repleto de amor de Dios. Y ese amor debe llevarme a amar mis hermanos. No es fácil ir hasta el suelo para lavar los pies uno de los otros, pero estamos con la nariz muy empinada, estamos repletos de orgullo, soberbias, vanidades, y no nos preocupamos en bajar para cuidar, para lavar y para volverse para el otro.
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Entrar en la Eucaristía, en ese misterio profundo del amor de Dios, es cada vez más entender la dimensión profunda de lo que significa amar, y no existe amar sin humillarse.
Es un trabajo de esclavo lavar los pies; y el Maestro mostro que servir es convertirse, de hecho, siervo del otro. No soy mejor, no soy más importante, soy servidor de toda la humanidad. Así como el Señor nos sirve su Cuerpo y su Sangre, así como el Señor nos lava; lava el corazón y todo nuestro ser, debemos también convertirnos alimento, también debemos convertirnos servidores unos de los otros.
Que Dios, en el comienzo de este misterio de Su Pascua, baje todo nuestro orgullo, nuestra soberbia, nos ayude a sernos humildes y humillarnos para cuidar unos de los otros.
¡Dios te bendiga!
