“Este pidió una pizarra y escribió: «Su nombre es Juan». Y en ese mismo momento, Zacarías recuperó el habla y comenzó a alabar a Dios” (Lucas 1,63-64).

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Hace algunos días, escuchábamos que Zacarías había quedado mudo. Pero, ¿por qué? Porque había dudado de Nuestro Señor; fue incrédulo y se convirtió mudo. Mis hermanos, es eso que ocurre cuando nosotros dejamos de creer y de seguir: nos convertirnos mudos, no hablamos más con propiedad de la Palabra de Dios, de las cosas de Dios.

Cuando no creemos, son palabras vacias; cuando creemos, son palabras cargadas de sentido. Zacarías finalmente creyó en el Señor y, porque creyó, su lengua se soltó, su boca se abrió y él comenzó a alabar a Dios.

Anunciemos las maravillas de Dios, así como hizo Zacarías, que creyó y anunció

Mis hermanos, pidamos esta gracia al Señor: que Él venga también al encuentro de nuestra incredulidad, que nuestra boca deje de estar cerrada para las alabanzas a Dios, para el anuncio de las maravillas de Dios en nuestra vida.

Zacarías, aquí, representa una humanidad incrédula, que quedo muda porque rechazó el Señor. Al mismo tiempos, Zacarías representa aquellos que volvieron a creer, que han creído y, porque creyeron, cuentan las maravillas, hablan de las maravillas de Nuestro Señor.

Que el Señor toque y sane nuestro corazón, nuestra lengua, nuestros pensamientos, para que nosotros creamos casa vez más en Él; y que nuestra boca deje de anunciar las malas noticias; que nuestra boca anuncie las buenas noticias, las bendiciones de Dios.

Que el Señor bendiga a mi, y a ti, nuestro corazón y nuestra lengua. Anunciemos las maravillas de Dios, así como hizo Zacarías, que creyó y anunció. ¡Que puedas creer y anunciar también las maravillas de Dios!

La bendición de Dios Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.

¡Amén!