22 Nov 2019

Somos el lugar de la presencia de Dios

“Jesús entró en el Templo y comenzó a expulsar a los vendedores. Y dijo: “Está escrito. Mi casa será casa de oración” (Lc 19,45). 

Esta es la primera verdad: la casa de Dios es casa de oración, el templo, la capilla, el santuario. Cualquier lugar donde vamos que se llame Iglesia es lugar de la presencia de Dios. Y el lugar de la presencia de Dios es el lugar para orar a Dios, de hablar y estar en comunión con Él.

No hagamos de nuestras Iglesias lugares para otras cosas. “El celo por tu casa me consume”. Consumido por ese celo fue que Jesús expulsó a los vendedores.

Nadie necesita ser expulsado de la Iglesia, pero necesitamos expulsar de nosotros aquello que no nos permite ser templos vivos de Dios, Iglesia de Dios y lugar de su presencia.

Vamos al templo, pero no para confundirnos sino para ser purificados, lavados y renovados para crecer en la comunión con el Señor. Por eso, el templo es el lugar para expulsar el mal, pero el primer templo somos nosotros. Somos el lugar de la morada de Dios.

Dios habita en nosotros, y el bautismo hizo que seamos el lugar donde Él habita. Dios habita en nuestro corazón, en nuestra alma, cuerpo, en nuestro ser y no podemos transformar  esa casa en una casa de comercio, desorden y agitación.

Da para ver cuán agitados, desordenados y confusos somos. El barullo que hay en las iglesias no viene tanto de afuera, sino de dentro. Observa, cuando estamos rezando nuestra cabeza está pensando en mil cosas. Cuando estamos en la presencia de Dios, estamos yendo para todos lados y no nos centramos en Dios.

Dios habita en nosotros, y el bautismo hizo que seamos el lugar donde Él habita

La acción que realiza Jesús en aquel templo, es la acción que necesitamos pedir y suplicar que realice todos los días en este templo que somos cada uno de nosotros.

Necesitamos expulsar todo lo que está desordenado en nuestro interior, para que esa casa, que somos nosotros, sea casa de oración, sea casa y lugar de la presencia de Dios. Porque, si sucumbimos a todo lo que nos agita y perturba; si nos dejamos llevar por la ansiedad de la vida, si nos entregamos a las tribulaciones, las preocupaciones y las tensiones que todos tenemos, no seremos ni lograremos ser personas orantes, personas que, de hecho, se ponen en comunión con Dios.

Cuando Dios quiere hablar con nosotros, Él encuentra tanto barullo dentro de nosotros, tiene voces, deseos, ambiciones, heridas, resentimientos, rencores y cosas confusas.

Expulsemos la confusión, salgamos de la confusión, salgamos de todo lo que interiormente nos agita, para entrar en la sobriedad del Espíritu, para ser lugar, morada de la presencia de Dios.

¡Dios te bendiga!

Pai das Misericórdias

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