17 Mar 2022

Reconoce la presencia de Jesús en la vida de los demás

“Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes. A su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro, que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros iban a lamer sus llagas.El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. El rico también murió y fue sepultado.En la morada de los muertos, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él.Entonces exclamó: “Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan.” (Lc 16, 19-24)

Es una Palabra muy fuerte, y también un tema propuesto en ese tiempo de Cuaresma: comprender que nuestra vida un día tendrá un fin. Cada persona también se quedará ante Dios para dar cuenta de su vida. Por eso, necesitamos vivir bien el tiempo de hoy y acoger al Cristo que está en los pobres, en los hambrientos, en los que tienen sed, en los que sufren injusticias, en los enfermos y en los cautivos.

La Palabra dice que uno de los personajes es rico, no habla su nombre, o sea, el “nombre” de la persona es rico. Cuando alguna cosa se queda en el lugar de mi identidad, comienza a ser todo lo que tengo. Así que esa persona se identificó con sus riquezas, no tenía más su nombre. Perdió su identidad porque pensaba que ella era lo que tenía. Por otro lado, el pobre nada tiene, pero conserva quién es: él se llama Lázaro. Aunque haya vivido en la miseria, miseria de cosas materiales, no perdió su dignidad de hijo de Dios. Su nombre es Lázaro y él es destinatario de la misericordia de Dios.

Necesitamos aprender desde ahora a reconocer la presencia de Jesús en la vida de nuestros hermanos

Llevaremos para la eternidad lo que somos y no lo que tenemos. Yo no he visto, hasta hoy, un ataúd con bienes materiales, con dinero, con automóviles, y con casas. Llevamos para la eternidad lo que elegimos vivir hoy, siguiendo los valores del Evangelio.

¿Y por qué esa aflicción? En la verdad, la aflicción es la soledad de no tener a nadie ni a sí mismo. La aflicción del rico es estar sólo, con él mismo. Hasta él no soportaba porque sólo pensaba en las riquezas y nunca en los demás. ¡Esa es una experiencia del infierno! Así que esa aflicción es una recordación de que necesitamos reconocer la presencia de Jesús en la vida de nuestros hermanos.

El Evangelio dice que el pobre fue llevado por los ángeles. Hay una continuidad de lo que ha sido en esa tierra porque él cogerá lo que ha plantado. El Evangelio dice: “El rico también murió y fue sepultado”; su corazón estaba aquí en esa tierra, su corazón no estaba en la eternidad.

Vivemos al tiempo de hoy y con las realidades del tiempo de hoy, pero el corazón necesita estar en Dios, en las cosas del Alto. Es desapegarse de las cosas de aquí y aferrarse a las cosas de Dios.

Que la gracia del Señor nos ayude, en esta Cuaresma, a quedarnos libres de nuestros apegos y a vivir sólo de Dios.

Sobre todos vosotros, la bendición de Dios Todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo. ¡Amén!

Pai das Misericórdias

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