12 Mar 2019

Necesitamos del perdón, a cada día, para sernos buenos cristianos

Aprendamos con el Padre como vivir el perdón a cada día de nuestra vida por la fuerza de la oración

“Porque si ustedes perdonan a los hombres sus ofensas, también el Padre celestial les perdonará a ustedes. Pero si ustedes no perdonan a los demás, tampoco el Padre les perdonará a ustedes” (Mt 6, 14-15).

La Palabra de Dios viene, hoy, a nuestro encuentro para enseñarnos a rezar con la vida, pero no solo reflexionando palabras.

Coremos un riesgo y una seria tentación de no rezar con el corazón, dejar que la boca solo repita las palabras, porque decoramos el Padre Nuestro y muchas otras oraciones que nos enseñaron.

Muchas veces, la boca no sigue el corazón, tampoco el corazón sigue los labios están enunciando. En la oración, tenemos de estar compenetrados y involucrados en la misma sensibilidad que las palabras están siendo dichas. La boca necesita decir lo que el corazón anhela decir, clamar a Dios como nuestro Padre, tener Él como nuestro Padre, permitir que la presencia de Él santifique nuestra vida, nuestros actos, nuestras opciones y decisiones.

Es necesario que la oración sea también actitud, y la actitud fundamental de cada oración es perdonar. Dependemos y necesitamos del perdón, a cada día, para se mejores, buenos cristianos y para crecernos en la intimidad con Dios. Es por eso que arrodillamos y suplicamos el perdón de Él, porque necesitamos del Padre para estar en la comunión con Él. Lo que nosotros mucho necesitamos también es perdonar unos a los otros.

Son muchas situaciones que vivimos en la vida, que dejamos acumular tristezas y resentimientos, lo que va entrando en nosotros y dejándonos mal. Dios nos quiere mejores y santos.

No hay oración sin perdón, y no hay perdón que consigamos dar de corazón que no sea por la fuerza de la oración. Por eso, todas las veces que nos dedicamos a rezar, necesitamos dedicarnos a perdonar y ejercitar el perdón.

Quedamos ofendidos por poca cosa, quedamos tristes y con resentimientos con cosas insignificante que se convierte verdaderos tormentos en nuestra vida. Es necesario dejar que la oración va entrando en nuestro interior y lapidando nuestro corazón, el corazón que fue endureciendo, convirtiéndose duro, la oración va quedando blando, va abriendo, va criando la cavidad por donde la gracia de Dios entra. Entonces, vamos liberando, día a día, el perdón.

Alguien me dijo: “Padre, yo no sé perdonar”. Yo conteste a él: “Yo también no, pero el mío, Padre sabe perdonar y nos enseña a perdonar”. Por eso, aprendemos con Él como vivir el perdón a cada día de nuestra vida por la fuerza de la oración.

¡Dios te bendiga!

Pai das Misericórdias

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