28 May 2021

Permitamos que Jesús llegue a nuestro corazón

“Llegaron a Jerusalén, y Jesús fue al Templo. Comenzó a echar fuera a los que se dedicaban a vender y a comprar dentro del recinto mismo. Volcaba las mesas de los que cambiaban dinero y los puestos de los vendedores de palomas” (Mc 11, 15).

Existe dos hechos en el Evangelio de hoy muy importantes. El primero de ellos es Jesús que vio, de lejos, una higuera, y ella estaba cubierta solo por hojas. Él fue hasta allá para ver si encontraba algún fruto. No era ni época de la higuera dar frutos, dar higos, pero ella tenía solo hojas. Por causa de eso, Jesús mismo echo una maldición en aquella higuera: “Que nadie más coma frutos de ti”.

Por supuesto que se trata de una parábola, de una forma didáctica de Jesús enseñar a Sus discípulos, porque no importa la época, el año o la estación, el discípulo tiene que producir frutos. El discípulo tiene que estar siempre vigoroso, rehacerse, renovarse, pero lo que se espera de un árbol buena es que ella produzca buenos frutos. Necesitamos, en todo el tiempo y lugar, producir frutos, porque en seguida él va entrar en el templo. Y en el templo donde tu espera los frutos de la gracia, lo que Jesús contempla con Sus discípulos es una verdadera desgracia. Transformar una casa de Dios en una casa desordenada, en una feria, en un lugar de comercios, negocios, agitación, tomando cuenta de aquella casa, que es la casa de Dios.

Permitamos que, en este tiempo, Jesús llegue a nuestro corazón para expulsar toda y cualquier algazara

Como Jesús nos está diciendo: la casa de Dios es casa de oración para todos los pueblos, para todos los corazones.

No permitamos que la algazara tome cuenta de aquello que es de Dios, no permitamos que nuestra vida sea una algazara, porque, si permitimos, también no producimos frutos. Si Jesús comenzó por la higuera y llegó en el templo, permitamos que, en este tiempo, Él llegue a nuestro corazón para expulsar toda y cualquier algazara que toma cuenta, muchas veces, de nuestra casa, de nuestro corazón y de nuestra vida.

¡Cuántas veces permitimos que nuestra vida, realmente, quede desordenada! Y en el medio de la desordenes Dios no está. Dios esta donde permitimos el silencio y la organización ocurre. Ni en la casa de Dios, que es el templo, ni casa de Dios, que es nuestra casa, nuestra casa que soy yo, el verdadero templo de Dios. Necesitamos poner orden en la casa.

Jesús, que era manso y humilde de corazón, cuando vi la exploración ocurriendo dentro de Su casa, dentro de la casa de Dios, tomo las riendas. No sea, con todo el perdón de la palabra, aquella persona “tonta”, aquella persona lenta, aquella persona que dice: “Voy esperar Dios solucionar”.

Sea una persona que tiene actitudes ve las cosas desorganizadas. Muchos padres dejaran el desorden ocurrir en la vida de los hijos, y cuando quisieron tomar actitudes, no conseguirán más. No es cuestión de ser autoritario, de coger látigos y dar palmadas en los hijos. Es solo cuestión de organizar la casa.

Comience de tu casa corazón, comience de la casa donde vives, donde tu eres padre y madre. ¡Comience de tu casa, de tu habitación, porque muchos de nosotros es una algazara! Comencemos a cuidar mejor de nuestras iglesias, porque somos el lugar de la morada de Dios.

¡Dios te bendiga!

Pai das Misericórdias

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