Necesitamos sumergir en el corazón de Dios para vivir la dimensión más profunda del amor

“Lo que yo les mando es que se amen los unos a los otros” (Jn 15, 17).

Queremos permanecer en Dios, y el camino para no desviarnos de Él es la vía del amor. No hay otro camino, aún que busquemos otras formas de permanecer en el Señor. Aunque que busquemos otras formas de vivir el amor, sea él selectivo, opcional, egocéntrico, erótico etc., todas ellas nos dan la expresión más divina, que se llama amor.

Todas las veces que el amor deja de ser vivido, cada vez que él no es renovado ni intensificado, las paredes de la casa balancean, la familia estremece. Con la casa de Dios sucede la misma cosa.

Vamos, muchas veces, atrás de metodologías, pastorales y muchas otras cosas que son necesarias, pero tenemos de vivir la dimensión del amor profundo, verdadero y autentico, el amor que nos hace respetar el otro, amor que no nos lleva a hablar mal de aquel que es diferente de nosotros. Quien vive la fe de forma ajena a lo que pensamos no entendió nada de Cristianismo.

Nuestra tendencia es dogmatizar las cosas, imponer lo que pensamos. Muchas veces, el revestido del amor profundo de Dios. Lo que nos salva no es la vivencia de la doctrina y de los dogmas. Lo que nos pone en comunión con Dios es la vivencia del mandamiento del amor.

El capricho tiene que ser grande, el esfuerzo tiene que ser mayor. Jesús esta diciendo: “Lo que te ordeno”. No es un pedido ni una suplica, por el contrario, es una exigencia fundamental y necesaria para ser discípulo del Señor. “Amad unos a los otros”. ¿De que forma? De la forma como el Señor nos ama. Si comprendemos eso, estaremos en el camino del Maestro. Ahora, relativizamos, nos perdemos y as crisis toman cuenta de nuestra vida, de nuestra convivencia y fe.

¡Dios te bendiga!