“Ellos le dijeron: «Mujer, ¿por qué lloras?». María respondió: «Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto». Al decir esto se dio vuelta y vio a Jesús, que estaba allí, pero no lo reconoció. Jesús le preguntó: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?». Ella, pensando que era el cuidador de la huerta, le respondió: «Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo iré a buscarlo. Jesús le dijo: «¡María!». Ella lo reconoció y le dijo en hebreo: «¡Raboní!», es decir «¡Maestro!” (Jn 20, 13-16).
Es un lindo encuentro de Jesús con María Magdalena, en más un relato de ese encuentro de ella con el Resucitado. Encuentro que guardo aquel otro precedente de Jesús con ella y que transformo la vida de ella. Y mira en el dialogo de Jesús que: cuando Él habla su nombre “María”, ella se recuerda de todo el recurrido, de todo el camino de amor que ella había hecho con Él. Y necesita ser así también en nuestra vida. Hoy, el Resucitado también quiere profetizar, quiere proclamar, quiere decir mi nombre y el tuyo, para experimentar, en nuestro corazón, la fuerza del amor de Él que vence hasta la muerte. Yo creo que faltaba ese paso para que Jesús pudiera poner, en mi corazón y en el tuyo, una seguridad de que no hay más espacio para dudar de lo cuanto él nos ama. Y, si tu aún tenía, en tu corazón, alguna duda, que dejes definitivamente.
El Señor esta contigo; Él permanece porque esta vivo en nuestro medio
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La Páscoa comienza siempre con el mal entendido: se pensaba una cosa, pero era totalmente diferente; si pensaba que fuera el fin, pero era solo el comienzo. María Magdalena estaba allí a los llantos, pero la buena nueva iba llegar a sus oídos, a sus ojos; y ella podría contemplar de muy cerca la resurrección de Jesús. Ella no podría imaginar que: aquel sepulcro vació se convertiría para siempre una señal palpable de la resurrección. Yo he hablado de esto en una homilía precedente: el cambio en el corazón de estas personas se convirtio la prueba más evidente de la resurrección. Pues, al lado de este testimonio del sepulcro vació, del cuerpo del resucitado, esta el cambio en los corazones.
Para María, aquel túmulo allí era solo más un lugar donde ella podía derramar sus lagrimas. Tal vez, nosotros también vivenciamos, en nuestra vida, estos lugares del llanto, donde tu estas oculto con Cristo, donde solo tu tienes acceso; donde nadie mira. En el silencio de tu habitación, tal vez, tu estes viviendo un drama hoy, una situación que trajo muchas lagrimas. ¡Que, hoy, el Resucitado te haga compañia; que Él pueda darte fuerza de permanecer con Él, aún en medio de esta tribulación!
María permanece, aún en aquel aparente vació, ella esta allí cerca del túmulo de Jesús porque ella permanece en el amor. Y no es permanecer en un luto vació – porque nuestra vida espiritual pasa por un desierto -, pero es aprender a vivir en el vació; a permanecer en este vació; a vivir en el amor de Cristo que supera incluso los mismo vacios de nuestra vida. María no está allí simplemente haciendo un acto de velar Jesús, y sí permaneciendo con Jesús. Y esto es más importante: en tu dolor, en tu situación concreta y real, permanezca con Jesús; Él esta contigo; Él permanece porque esta vivo en nuestro medio. ¡Y que la resurrección del Señor pueda traer, para tu corazón, esta seguridad!
Sobre todos vosotros, la bendición de Dios todopoderoso. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¡Amén!
