“Entonces Pedro se acercó con esta pregunta: Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas de mi hermano? ¿Hasta siete veces? Jesús le contestó: No te digo siete, sino setenta y siete veces” (Mt 18, 21-22).
Si queremos comprender el Reino de Dios y en el entrar, es necesario comprender que el reino de Dios es el Reino del perdón. Nadie vive el Reino de Dios sin ser sumergido profundamente en el perdón y en la misericordia de Dios. Nadie sumerge en el Reino de Dios si no pone el perdón con el fundamente de su relación con Dios.
La primera cosa es buscar el perdón, entender como necesitamos ser perdonados, incluso, perdonados de los pecados que no reconocemos y no tomamos consciencia. Es necesario buscar tener la conciencia de aquello que el pecado ejerce en nuestra vida, de cuanto el pecado oscurece nuestra mente, nuestra conciencia, nuestra voluntad; de como el pecado engendra orgullo y soberbia, engendra esta situación toda dentro de nosotros que nos convierte vanidosas, incluso, religiosamente hablando.
El perdón de Dios es para libertanos y purificarnos, el perdón de Dios es para romper las amarras de nuestro corazón y realmente sernos personas nuevas.
Si queremos vivir una relación verdaderamente con Dios, nos convertimos para el perdón
Sabemos cuando una persona encontró el perdón de Dios por a forma de incluso como ella habla, como ella se expresa. Mira los pecadores del Evangelio que fueron perdonados, mira los enfermos que fueron sanados, mira como la vida de ellos exhala la misericordia divina.
Desgraciadamente, algunos miran para María Magdalena, y miran siempre para ella con el “retrovisor del pasado”, quieren rotular como prostituta, como adultera, con todas aquellas categorías humanas de rotular las personas. Pero ella es la mujer nueva, perdonar, redimida, la mujer salva y, por eso, el perfume que exhala de ella es el bálsamo de la misericordia y del perdón.
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Si queremos vivir una relación verdaderamente con Dios, nos convertimos para el perdón. Y perdonar significa perdonar setenta veces siete, es decir, siempre, en todo el momento. No tendremos salud en el cuerpo, en el alma y en el espíritu, si el perdón no es una condición de vida para nuestra vida.
Perdonar quiere decir: ¡Yo quiero decir! ¡Yo quiero ser liberto! Porque el rencor, el resentimiento y el dolor crean “rancios” tan profundos en nuestra alma, que nos van convirtiendo personas agrias; y miramos la vida siempre con el prisma de la amargura, cuando no somos curados por el perdón.
Decidirse por el Reino de Dios es decidirse perdonar todos los días setenta veces siete.
¡Dios te bendiga!
