18 Nov 2021

Nuestras ciudades necesitan de la presencia de Jesús

“Cuando estuvo cerca y vio la ciudad, se puso a llorar por ella” (Lc 19, 41).

Imagina la escena; es Jesús quien se acerca de Su ciudad, la ciudad santa de Jerusalén. Cuando nos acercamos de nuestra ciudad, muchas veces, vamos alegrarnos. Entonces, ¿por que Jesús comienza a llorar? No es por causa de los predios, de los edificios, de las construcciones, no es por causa de la ciudad física; es por causa de sus habitantes, de sus ciudadanos, de sus jefes, sus gobernantes, es por causa de Su pueblo que allí vive.

Esta ciudad siempre bendecida desde cuando ella fue soñada en el corazón de Dios como imagen de Jerusalén celeste, a la ciudad santa donde viviremos para siempre con Él. Dios edifico una Jerusalén en la Tierra, pero ella ya fue, en el pasado anterior a Jesús, destruida por los malos procedimiento reconstruida, ella fue nuevamente rectificada y puesta en la presencia del Señor. Pero, más una vez o muchas veces, falta; ahora, por la indiferencia, por no acoger su Salvador, por no acoger Su Maestro y Señor.

Nuestras ciudades necesitan de Jesús, necesitan de conversión, necesitan acoger el Evangelio

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Cuando Jesús se refiere así a la ciudad, Él se refiere a sus habitantes. ¿Si miramos para nuestras ciudad, si miramos muchas veces para nuestras casas y familias, Jesús llora o se alegra con nuestras ciudades? ¿Jesús llora o se alegra con nuestras familias? ¿Jesús llora o se alegra con nuestra vida? ¿Cómo tenemos correspondido a la gracia recibida? Es Dios que vino visitarnos, Él esta aquí, Él esta en nuestro medio. ¿Pero como recibimos a Él? ¿Como acogemos a Él? ¿Cómo permitimos que Su presencia haga diferencia en nuestra vida?

Si miramos las ciudades nuestras de hoy, muchas son transformadas incluso en el sentido urbanístico. Y que bueno, porque mejorar la ciudad es importante para los ciudadanos. Pero nuestras ciudades necesitan de Jesús, necesitan de conversión, necesitan acoger el Evangelio, porque predios que se levantan también se destruyen, vidas que se levantan también caen. De nada vale solo levantar la vida; es necesario tener los ojos fijos en Aquel que mantiene nuestra vida viva para siempre. Por eso, no perdamos la mirada de la gracia, no perdamos nuestra mirada de Jesús.

¡Que nuestra vida sea la alegría del corazón de Dios!

¡Dos te bendiga!

Pai das Misericórdias

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