“Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él” (Jn 1, 6-7).
Este tercero domingo del Adviento, trae para nosotros, más una vez, la imagen profética de Juan Bautista, aquel que prepara el camino del Señor. Hoy, queremos mirar para Juan y aprender con él a abarir nuestro corazón para acoger la gracia de Dios que llega hasta nosotros.
Primero, Juan es testimonio de la Luz, él no es la Luz, pero él nos apunta la Luz, que es Jesús. Para el pueblo que caminaba en las tinieblas, en medio a la oscuridad, Dios vino traer la Luz para nuestro corazón, Luz que abre nuestros ojos, Luz que ilumina nuestra mente, Luz que trae vida a nuestro corazón, para ver el camino de la vida. Por eso, lo que Dios quiere es quitarnos de los caminos de las tinieblas para guiarnos para el camino de la Luz.
Que podamos mirar el camino de la Luz, de la penitencia y de la conversión que Juan nos apunta
Juan era una voz que clamaba en el desierto; él es la voz, pero no es la Palabra. La Palabra es aquella que se hace carne y vino habitar en nuestro medio. La Palabra es Aquel que Juan vino ser portador de tamaña gracia. La voz de Juan esta a servicio de la Palabra de Dios.
¡Como sería gracia, y gran gracia, para nuestra vida, si puniésemos nuestra voz a servicio de la Palabra de Dios! Porque esta Palabra, una vez anunciada y proclamada por la voz que se consagra y se entrega a Dios, tiene el poder de transformar, salvar, curar y trae Vida a nuestra vida.
Empeñémonos como Juan para senos la voz de Dios en el medio del desierto, de la humanidad donde vivimos, donde nosotros caminamos.
Por fin, Juan es aquel que bautiza con agua, como señal de penitencia, de conversión y transformación. Él bautiza, pero no es él quien salva ni liberta. Él vino proclamar Aquel que es el Salvador y el libertador. Juan es para nosotros un camino, que es Jesús.
Que podamos mirar el camino de la Luz, de la penitencia y de la conversión que Juan nos apunta, para, en Jesús, encontrarnos nuestra dirección.
¡Dios te bendiga!
