26 Apr 2018

Hagamos el bien al prójimo sin esperar recompensa

Si hacemos el bien al otro y queremos recompensa, caímos en la frustración, en la decepción, porque el corazón se va lastimando fácilmente

“Ustedes serán felices si, sabiendo estas cosas, las practican” (Jn 13, 17).

El Evangelio de hoy es la conclusión del Evangelio donde Jesús lavó los pies de Sus discípulos. Es en el final de aquella ceremonia linda y transformadora, gesto de aquello que es la vida de Jesús en un todo, porque la vida de Él fue servir. Cuando Él se puso a los pies de Sus discípulos, Él no estaba haciendo una representación, Él quería decirnos cual es el secreto, cual es el camino de la felicidad.

Si una profunda tristeza llama en la “puerta” del corazón de Jesús cuando, sin embargo, Él va sufrir la agonía en el Huerto de los Olivos, eso jamás quito la alegría de Él, mismo en medio al sufrimiento y la agonía.

Hay una alegría que toma cuenta del alma y del corazón de quien sirve, de quien hace el bien para el otro, de quien ama su prójimo, de quien dedica sus esfuerzos para hacer el bien, desde que no sea esperado nada en cambio. Además, si hacemos el bien al otro y queremos recompensa, caímos en la frustración, en la decepción, porque el corazón se va lastimando fácilmente.

Jesús nuestro Señor y Maestro murió con muchas decepciones, pero sin ninguna frustración y dolor, porque Él servía para servír, servía por amor y quien hace por amor no espera, de ninguna forma, recompensa. El corazón se convierte libre y el corazón libre encuentra felicidad en lo realiza.

Muchas veces vamos recibir ingratitud por aquello que hacemos, por ejemplo, una madre ni siempre va recibir agradecimiento o reconocimiento de sus hijos por el amor que ha prestado a ellos a la vida entera, desde el momento de la concepción hasta todos los cuidados que la vida exigió, pero ella es feliz y realizada solo por el hecho de ser madre. Cuando ella encuentra en el “ser madre” un servicio de amor, no el algo penoso o doloroso.

Encontramos felicidad cuando servimos el prójimo, los necesitados, los marginados, pero eso puede parecer muy genérico cuando no partimos para la practica.

Jesús dijo, pero Él hizo; Él sano, bendijo y por último se mostró. “Mismo los hombres no me amando, yo los amé hasta el fin”.

No desista, no se canse de amar, si nuestro amor es gratuito, verdadero y evangélico nosotros podemos si decepcionarnos con situaciones que vivimos, peor jamás lastimamos, porque el amor no guarda dolor, rancor; el amor es puro, libre y supera porque el amor todo supera.

¡Dios te bendiga!

Pai das Misericórdias

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