11 Jan 2019

Experimentemos la victoria de Dios en nuestra vida

La gran victoria de nuestra vida es perseverar en la gracia de Dios y vencernos el pecado a cada día

“¿Quién ha vencido al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? El es el que viene por el agua y la sangre: Jesucristo; y no sólo por el agua, sino por el agua y la sangre; y el espíritu también da su testimonio, el Espíritu que es la verdad” (1Jn 5, 5-6).

Hoy, la Palabra de Dios nos da una seguridad: Dios nos quiere vencedores en este mundo. Él venció la muerte y el pecado; Él venció, en la cruz, las trampas del maligno y las acciones del demonio, y quiere que nosotros también las realicemos.

Necesitamos entender que esta victoria no es como la victoria no es como la victoria en el campo de fútbol o en los campos de batallas. La victoria es ser un con Dios, la gran victoria de nuestra vida es perseverar en la gracia de Dios, vencer el pecado a cada día.

En la vida, enfrentamos de debilidades, dificultades, pasamos por situaciones de frustraciones, podemos incluso perder esta o aquella batalla, pero no podemos perder la guerra final, la guerra del combate contra el maligno. Él no puede vencer en nuestra vida, no puede tener la palabra final, no puede mandar en nuestra casa, en nuestra familia, no puede mandar en nuestra voluntad y en nuestro corazón.

Cuando vencemos el mal en nosotros, las malas inclinaciones, los males deseos, aquella voluntad de quedar unos contra los otros, aquello que esta dentro de nosotros, que reconocemos como una fuerza maligna, cuando conseguimos decir ‘no’ al mal, experimentemos la victoria de Dios en nuestra vida. Necesitamos, en cada batalla, estar preparados para la guerra final, que es la perseverancia final para estar con Jesucristo, triunfando con Él en la gloria.

Jesús vino por el agua y por el sangre. El agua y el sangre de Jesucristo son señales de la victoria de Dios en nuestra vida, primero el agua del bautismo, el agua que nos lava, nos purifica, renueva y restaura, hace de nosotros nuevas criaturas.

Necesitamos de este baño de regeneración a cada día, confesando nuestros pecados, reconociendo nuestros errores y buscando el agua del Espíritu. Él vino por el agua y por la sangre, la sangre de la Eucaristía. La fuerza de la sangre de Cristo nos da fuerza para el combate.

Que podamos estar en Cristo, porque en Él la victoria es siempre correcta.

¡Dios te bendiga!

Pai das Misericórdias

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