26 Feb 2018

Dios quiere que seamos misericordiosos unos con los otros

“Sed misericordioso, como también vuestro Padre es misericordioso. No juzguen y no seréis juzgados; no condenes y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados” (Lc 6, 36-38).

la gracia de este evangelio es Dios invertir a orden de las cosas, porque el mundo esta en desorden, y la desorden del mundo es justamente porque se rompió la orden natural de la gracia. Dios nos creó para el amor, para el perdón y para la misericordia y nosotros aprendemos al revés del mundo en que vivimos: ojo por ojo, diente por diente, la venganza, el resentimiento, la tristeza; aprendemos a no perdonar quien nos hizo el mal. Son estas cosas que están ahí, sueltas en este mundo en el cual vivimos, pero, el buen médico Jesús, quiere nuestro corazón sanado y, la primera vía para la cura del alma, es la vía de la misericordia.

Misericordia es el nombre de Dios, nuestro Padre es todo plenamente misericordia. Nosotros sumergimos en Su misericordia y en ella somos sanados y, solo sabemos si una persona es curada o experimentada la misericordia de Dios, cuando ella sabe ejercerla con el prójimo.

Tal vez para algunos es fácil seguir delante del padre suplicar el perdón, confesar los pecados, y Dios los perdona. Entonces, ahora, hagamos lo mismo con los hermanos, porque misericordia es compadecer de las debilidades humanas y estas no son pocas, pero Dios se compadece de ellas y nosotros necesitamos aprender a compadecernos de las debilidades unos de los otros.

Nosotros estamos convirtiéndonos jueces, juzgando, condenando y queriendo el mal y no acogemos la debilidad del otro. Eso no es divino, es diabólico. Lo que es divino es la misericordia, es no juzgar, porque lo que es divino es no condenar.

Lo que es más y sublimemente divino es perdonar y no vivir en la tristeza y en el rencor, porque lo que nosotros queremos es ser hijo de Dios y, siendo así, aprendemos con nuestro Padre a tener un corazón como es el de Él.

Puede incluso ser que intentemos y no consigamos, pero sumerge en Dios. Se entrega para ser transfigurado y transformado por la presencia del Señor, porque a cada día, Él nos va enseñar a no vivir en el rencor, tristeza, a no pagar en la misma moneda, no hablar mal, no juzgar y no condenar, y sí, abrazar y acoger al otro de la forma que él es.

Tengo conmigo una verdad: si queremos que alguien cambie, yo necesito cambiar primero las cosas dentro de mí y acoger la persona de la forma que ella es. Cuando acogemos la persona de la forma que ella es, y, es así también, que queremos ser acogidos, de esta forma damos espacio para la gracia de Dios llegar y cambiar lo que necesita ser cambiado, pero, el gran cambio ocurre en nosotros cuando comenzamos a acoger quien nos gustan, cuando acogemos aquellos con los cuales no estamos de acuerdo o nos entristecieron.

¡Dios hace nueva todas las cosas por la fuerza de la misericordia y del perdón!

¡Dios te bendiga!

Pai das Misericórdias

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