23 Nov 2019

Dios promete la vida eterna a todo el que cree en Él

“Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos, pues todos viven para Él” (Lucas 20,38)

La verdad es que si estamos en la presencia de Dios, vivimos la vida para Dios, viviremos para siempre, porque nuestro Dios no es un Dios de la muerte ni de los muertos.

Lloramos por nuestros seres queridos que murieron, pero llorar no es el problema, la cuestión es entristecerse y dejar que la tristeza se apodere de nosotros, nos robe el sentido de la vida, de la existencia, como si la muerte hubiera acabo con todo o destruido todo.

La muerte física puede acabar con nuestra vida terrena, pero nuestra vida en Dios nadie nos puede quitar, nadie tiene el poder de destruir nuestra relación con Él. El Dios que nos dio la vida para vivir en este mundo y en la vida presente, es el mismo dios que nos da la vida para la eternidad.

Seamos aquellos que creen en la vida, en la vida que Dios nos prometió

Si caminar en la Tierra, en la presencia de Dios es bueno, imagina estar en la eternidad para siempre en la presencia de Dios. Por eso, no podemos tener la mentalidad humana, porque fue la mentalidad humana la que llevó a los saduceos a cuestionar a Jesús, a preguntarle cómo se daría la resurrección; ellos, la verdad, no creían en la resurrección, la negaban, como muchos la niegan, como mucho de nosotros, incluso viviendo en la iglesia, no creen en la o no tienen comunión con la vida resucitada en Dios.

Algunos no expresan con la boca sino con los sentimientos. “Murió, se terminó todo”; y por es, la muerte asusta y preocupa a tantos, porque llevan una vida solamente en la materia; y la materia, de verdad, perece y muere; nuestro cuerpo, ciertamente, perecerá, pero porque es un cuerpo corruptible; el quedó sujeto al dolor, a los sufrimientos, la fragilidad de la vida y todo lo demás. Como Dios es maravilloso, es el Dios de los vivos y no de los muertos, Él da una vida nueva para nuestro cuerpo, Él concede la inmortalidad, concede a nuestro cuerpo la incorruptibilidad.

Él toma nuestro cuerpo corrupto, que se corrompe como materia, y concede un cuerpo glorioso, como es el cuerpo del Señor Jesús vivo y resucitado.

Así como profesamos cada día nuestra fe: “Creo en la resurrección de la carne y la vida eterna”, que esa profesión de fe sea la razón de nuestra vida.

No seamos como los que niegan la resurrección, seamos aquellos que creen en la vida eterna, en la vida que Dios nos prometió.

¡Dios te bendiga!

Pai das Misericórdias

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