29 Nov 2021

Depositemos toda nuestra fe en el poder de Dios

“Les aseguro que no he encontrado a nadie en Israel con tanta fe” (Mt 8, 10).

La Palabra de Dios que nos fue presentada, hoy, en la Liturgia, muestra la imagen del oficial romano. Jesús, entrando en Cafarnaum, es el oficial que se acerca de Él y suplica, humillase en la presencia de Él. Y talvez tu puedes pensar como nosotros acostumbramos hacer: ¿él se isso por causa de él? ¿Él hizo eso por causa de algún pariente de él? ¡No! Él hizo eso, él se puso en la presencia del Señor por causa de su empleado que estaba de cama en casa. Aquel empleado estaba sufriendo una terrible parálisis, y ese oficial romano no se entrego al orgullo.

La patente que él tenía era grande, elevada, era importante, él mandaba y desmandaba en su ejercito. Él podía mandar de un lado para el otro, pero, en la parálisis de aquel soldado, él no podía hacer nada, y él reconoció que solo Dios, que solo Jesús podía salvar, liberar, curar, podía realmente quitar de la parálisis su empleado. Entonces, primero es una verdadera fe y confianza.

La fe no es privilegio de algunos, la fe es para quien se deja guiar por Dios

Fe es saber que no yo, pero Dios puede; fe es humillarse en la presencia de Dios, por eso que la fe es un don de los humildes. Los orgullosos incluso creen en Dios, pero tener fe es solo para quien vence su propia soberbia. Por eso, él deja caer por tierra la importancia humana que él tiene: el oficial de patente alta. ¿Qué es eso para Dios? ¡Nada! Él reconoce su nada, y por eso él está allí se humillando. Grande es tu fe, que él mismo dijo: “Yo no soy digno. Para los hombres, puedo parecer grande, pero reconozco que no soy nada. Mando un: ‘Haga eso’, mando otro: ‘Haga aquello’, y eso no cura. Pero basta una palabra tuya, Señor, basta el Señor decir una palabra, y mi empleado quedará curado”.

Él creyó en la Palabra de Dios, él creyó que Jesús era la Palabra Viva para curar su empleado; y cuando Jesús exclama que no encontró grande fe en Israel, es porque Israel es el pueblo elegido. Nadie fue, como ese hombre, ponerse a los pies de Jesús. Él no era judio, él no era del pueblo de Israel, él era un oficial romano. Es por eso que la fe no es privilegio de algunos, la fe es para quien se deja guiar por Dios, para quien se somete a Él, obedecer a Él, confiar en Dios, tirarse en los brazos de Él y creer: “Yo no soy nada, pero Dios es todo”.

Ese oficial creyo y, por eso, Dios curo su empleado y fortaleció lo que más precioso él tenía. No era su patente, no era su cargo, pero la fe que él deposito en el poder de Dios.

Mis hermanos, nada es más precioso y substancioso para nuestra relación con Dios en el tiempo presente de nuestra vida. Movidos por la fe, que ella nos cure.

¡Dios te bendiga!

Pai das Misericórdias

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