“Entonces Jesús les dijo: En verdad se lo digo: en el camino al Reino de los Cielos, los publicanos y las prostitutas andan mejor que ustedes. Porque Juan vino a abrirles el camino derecho y ustedes no le creyeron, mientras que los publicanos y las prostitutas le creyeron. Ustedes fueron testigos, pero ni con esto se arrepintieron y le creyeron” (Mt 21, 31-32).

En el Evangelio de hoy, Jesús nos muestra el ejemplo del padre que tenía dos hijos. Aquel primer hijo -para el cual el padre dirigió la palabra pidiendo para él trabajar en la viña -dijo al padre que no quería, pero después, en la sensatez, reflexiono, pensó y fue. El segundo ya respondió inmediatamente que iba, pero no fue, no uso de la sensatez para responder ni para pensar en aquello que respondió. Él respondió que iba por una cuestión de sutilidad, de aquello que sería el obvio – obedecer al padre -, pero, en realidad, él no fue.

Sabe, el acogimiento del Reino de Dios no se hace por boca ni por corazón, pero po convicción. Esta convicción lleva a una conversión, a un cambio de actitudes. El bonito en la vida no es tener una opinión formada, pero es tener una opinión cambiada y convertida. El bonito en la vida no es la persoa decir que tiene palabra, pero es ser capaz de rever su palabra y sus conceptos.

La verdadera conversión abre el corazón para escuchar la dirección que Dios tiene para cada una de nosotros

No es ninguna debilidad de carácter la persona tener una palabra ahora y decir humildemente: “Yo he repensado aquello que creía y lo que decía : “Yo reví mis conceptos”, “Yo he pensado mis opiniones”, “He dejado Dios convencerme, convertirme y salí de mis ilusiones y de mis subjetivismo para dejarme convencer por la gracia de Dios”.

Lo que es una verdadera debilidad de carácter es la persona vivir en el error y morir en el error, es la persona vivir en el pecado y morir en el pecado, es la persona transformar su opinión en verdad y no salir de ella por orgullo o soberbia. La verdadera conversión es aquella que alarga y abre el corazón para escuchar la dirección que Dios tiene para dar a cada uno de nosotros.

Alabo mucho a Dios por, a cada día, no solo convencerme de Su amor, pero por me mostrar el camino y la verdad hasta mis propias convicciones religiosas. Cuantas cosas he creído que era así, pero he dejado abrirme por la gracia para que ella me convence de que la verdad no soy yo, la verdad es Jesús, y necesito adherirme a Él a cada día de mi vida.

¡Dios te bendiga!