28 Jan 2020

La presencia del Señor nos alegra

“ David bailaba y hacía piruetas con todas sus fuerzas delante de Yavé, vestido sólo con un efod de lino. David y todos los israelitas fueron llevando el Arca de Yavé al son de la fanfarria y del cuerno” (2Sm 6, 14-15)

¡Como nosotros necesitamos ponernos enteros, sernos enteros en la presencia del Señor nuestro Dios!

La presencia del Señor nos alegra, trae jubilo y animo a nuestra alma y corazón. Para algunas personas parece perturbador levantar las manos delante del Señor, batir palmas delante de Él y bailar en Su presencia.

Yo admiro las culturas que son movidas con mucha alegría, danza.. Las culturas africanas, incluso las expresiones religiosas, católicas, todas ellas bailan, y bailan mucho, incluso de forma efusiva. Como eso da animo y jubilo a nosotros.

Por eso, delante de Dios, nosotros no podemos tener mente y corazón cerrados, pero necesitamos tener la serenidad y el jubilo. La serenidad de no perderse en las agitaciones, saber ser sereno, tranquilo, sobrio para escuchar y dejar Dios hablar, es decir, es el momento del profundo silencio, de la profunda serenidad delante de la presencia del Señor.

La presencia del Señor nos alegra, trae jubilo y animo a nuestra alma y corazón

Pero en la presencia de Él nosotros también tenemos de regocijarse, alegrarnos hasta de forma efusiva como hizo David, que bailo, hasta que escandalizo, pero no dejo de alegrarse delante de la presencia del Señor, y guió la Arca soltando gritos, júbilos de alegría en la presencia del Señor.

No podemos es huir para los extremos: ¡hay los que creen que nosotros tenemos que el todo tiempo, gritar, batir palmas, todo el tiempo bailar, no! Tenemos sí que batir palmas, bailar, alabar; tenemos que regocijar en la presencia de Él, pero tenemos también de dejar el alma sumergir en la serenidad, en el silencio. Sabio es aquel que sabe guiar, con prudencia, su propia relación con Dios; sabe guiar en la virtud su relación con Dios.

David que compone Salmos maravillosos, que supo silenciar, escuchar, dejarse guiar; David que, muchas veces, lloro, revivió su propia vida, ese es el mismo David que también canta, baila y se regocija en la presencia de Dios. Un hombre de Dios y una mujer de Dis son aquellos que saben: silenciar, escuchar, penitenciar, hacer silencio, pero también saben regocijar, levantar sus brazos, saltar; arrodillarse. Saben ser enteros en la presencia de Dios.

¡Dios te bendiga!

Pai das Misericórdias

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