25 Nov 2019

La mejor ofrenda es la que se hace de corazón

“En verdad les digo que esa pobre viuda ofrendó más que todos. Pues, todos aquellos depositaron, como ofrenda hecha a Dios, lo que les sobraba” (Lucas 2,3-4).

Para Dios no importa la cantidad, sino, la intensidad de la oferta y del corazón. A veces, lo que damos para los otros, para los pobres y para Dios es lo que no queremos más, es lo que nos sobra, lo que no tiene importancia.

A veces, la persona en el ofertorio, va a sacar de su bolsillo y entre la que tiene menos valor. A veces, buscamos en nuestra casa para ayudar a los pobres y donamos lo que está roto o las cosas que no sirven para nada más.

Eso no es generosidad, la verdad, es sacarnos de encima lo que danos. La ofrenda es la que es hecha de corazón, donde somos capaces de despojarnos algo de nosotros mismos para dar al otro.

La gran ofrenda es la de ofrecerse a sí mismo.  Ofrece de corazón, con generosidad, con intensidad, no es que ofrenda y luego se queda con un peso, arrepentido porque dio algo de mucho valor.

¡Qué bello ejemplo es el de la pobre viuda! El “pobre” aquí no es peyorativo, es el significado evangélico que tiene. Los pobres que agradan a Dios son los pobres de corazón, porque tiene a Dios como su riqueza. El pobre que sabe sacar de lo que tiene y quedarse sin poseer para donar a los otros y al Reino de Dios.

La ofrenda es la que se hace de corazón, donde somos capaces de sacar algo de nosotros mismos para dar al otro

La gran riqueza es el Señor y por eso cuando vamos a ofertar algo a Dios o vamos a cuidar la necesidad de los otros, lo debemos hacer de corazón.

Lo que diferencia a la viuda del Evangelio, de los otros que fueron a depositar sus bienes en el templo es que los demás depositaron las sobras, pero la viuda depositó el corazón.

Dios no quiere lo que nos sobra, lo que no nos sirve. Dios quiere nuestro corazón, nuestra oferta generosa, intensa de vida, de tiempo, de nuestro trabajo, de aquello que se logra con el sudor de nuestra dedicación y de nuestros esfuerzos de cada día. Por eso, cuando entregues algo a Dios y a los pobres, da primero de ti mismo, da de corazón y con intensidad. Esa es la oferta más importante que será bendecida, fructífera, rica, noble y divina.

¡Dios te bendiga!

Pai das Misericórdias

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