18 Feb 2019

El Evangelio nos enseña el camino de la reconciliación con nuestro hermano

¿Cuál dolor mayor un hijo puede dar a sus padres, que aquella en que odiar a su propio hermano?

“Caín dijo después a su hermano Abel: «Vamos al campo.» Y cuando estaban en el campo, Caín se lanzó contra su hermano Abel y lo mató. Yavé preguntó a Caín: «¿Dónde está tu hermano?» Respondió: «No lo sé. ¿Soy acaso el guardián de mi hermano?” (Gen 4, 8-9).

El relato de la Primera Lectura de la Misa de hoy es de un triste acontecimiento, el primero fratricidio. Es la Biblia narrando la historia de un hermano que mato su propio hermano.

Caín e Abel representan toda la humanidad, todos los corazones humanos, porque, somos hermanos unos de los otros. Pero, en la convivencia y en relación humana, los varios sentimientos toman cuenta del corazón del hombre y de la mujer.

Sentimientos más nobles como el amor, la gratitud, el reconocimiento, la bondad, pero también, los sentimientos más negativos. Estos nacen, especialmente, de la envidia, del celo, nacen el rencor, el resentimiento, la tristeza. Y, cuando estos sentimientos se mezclan, nos transforman en odio. Y un corazón, lleno por el odio es capaz de hacer las cosas más horribles posibles.

No es ninguna novedad, en los tiempos de hoy, hermanos que matan hermanos. Pero, cuando no hay la muerte propiamente, existen las grandes y pequeñas enemistades, las peleas, las diferencias de hermano con hermano.

Hermanos que no se aceptan, que hablan mal uno del otro; hermanos que ni se hablan más y no se ven más; hermanos que no sienten en la misma. ¿Cuál dolor mayor un hijo puede dar a sus padres, que aquella en que odiar a su propio hermano?

Son diferencias, peleas, situaciones mal resueltas y, especialmente, el orgullo. Porque, el orgullo es el gran veneno del alma humana. Es el orgullo que da origen a todos los sentimientos negativos que se apoderan de nosotros. Las personas no se reconcilian por causa del orgullo; las heridas no son sanadas por causa del orgullo; los entendimientos no ocurren por causa del orgullo.

Cuanto mayor es el orgullo en nuestro corazón, más herido él se encuentra y, aún más, queremos herir el corazón del otro. O Nosotros somos sanados por la humildad de Nuestro Jesucristo o continuaremos nos hiriendo, nos atacando, nos agrediendo; poniéndonos unos contra el otro.

Sean hermanos de la misma casa o que conviven en una comunidad parroquial o de vivencia; sea en la sociedad o en el trabajo, lo que más ocurre son personas hablando unas de otras. Es hermano matando hermana y eso hiere el corazón de nuestro Dios.

Que el Evangelio nos enseñe el camino de la reconciliación, de la humildad, del perdón y de la misericordia. Y, de esta forma, podremos superar todo el orgullo, soberbia, envidia y resentimiento que guardamos en nosotros, para construirnos, sin embargo, la fraternidad que tanto soñamos.

¡Dios te bendiga!

Pai das Misericórdias

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